Trayecto epistolar

Una mujer ronca detrás mio. Kilómetros de árboles dispuestos intencionalmente en línea hacen que una vez más me maraville con  sólo un poco de perspectiva.

En mi mente se repite una y otra vez el instante en el que te vea nuevamente.

Este que parece un interminable camino de recta infinita, desciende cálido hacia ti. Durante todas estas horas y el sutil traqueteo del bus, mi corazón ha estado dando brincos.
De todas las imágenes reunidas en tu ausencia, de todas ellas infinitamente húmedas, la que ahora detiene el tiempo y el correr de mi sangre es bastante simple, poder besarte al fin.

Tengo la misma sensación de inmensidad que mencionó cierto filósofo organizado en un discurso bastante poético, la plenitud, la grandeza, la maravilla, la unidad de uno mismo con todo y especialmente...con uno mismo. Tengo esa sensación en este pequeño instante en el que veo por la ventana una alfombra dorada de hierba seca. Estas cerca.

Me siento parte de esta humedad que me recibe. La del paisaje, la tuya. Pequeña planta en tierra muy fértil, mi piel te ansía, mi alma te aguarda. Te has convertido en una certeza que ha hecho camino.
Más allá del azar, el atardecer llega por mi ventana.

Nietzsche dice que hay que vivir la vida de tal forma que si tuviéramos la oportunidad de repetirla, lo haríamos gustosos mil veces sin cambiar nada. Si todo lo vivido me trae a ti, si el corazón roto varias veces, las lágrimas, las mentiras, la soledad, las decepciones, si los amores y los sueños me hacen ahora esta persona que corre hacia ti, viviría una y mil veces la misma vida. No cabe la menor duda.